Renaisment

viernes, 11 de enero de 2013

Guardian, medico y poeta


Un maracame es un hombre nacido para sanar a sus hermanos. En otras culturas su homólogo sería llamado chamán, tlamantini, hombre medicina, brujo, curandero, médico tradicional.
El maracame nace para convertirse en brujo. Es un carisma vivido desde tempranas épocas en su vida. Incluso es elegido desde antes de nacer por sus abuelos y la gente de su comunidad.
O  llamado para tomar el lugar de un brujo más viejo y sabio quien le precedió, entrenó y formó en las artes curativas y los ritos mágicos indígenas.
Normalmente el maracame más viejo y experimentado eligió a su aprendiz antes de iniciarlo. Tal vez lo vio cuando era niño y descubrió características especiales en él, o un sueño le indico a quien elegir y llamar para iniciarlo y transmitirle sus conocimientos.
Algunos casos de maracames eligieron serlo por mera intuición, decisión personal o a través de sueños y pesadillas que no les dejaron tregua hasta acudir con un brujo y ponerse a su servicio. No quedándoles más remedio que elegir entre convertirse en hombres de poder y magos, o morir destruidos por fuerzas incomprensibles, como mínimo volverse locos.
Al inicio, el aprendiz comienza cargando los objetos rituales y curativos con los que trabaja su maestro, desplazándose a pié junto con él para ayudarlo a moverse de un lugar de las montañas a otro. Ayudándole a limpiar su casa, cumpliendo misiones incomprensibles encargadas por su mentor.
Su preparación parece no tener ningún sentido por lo dura y aparentemente monótona. A lo largo de grandes distancias cubiertas a pié, acompaña a su maestro, como ayudante al practicar ceremonias, recogiendo plantas y materiales útiles. Haciendo encargos y buscando objetos que se encuentran en lugares muy lejanos a los que tiene que llegar por sobre todas las cosas.
Deberá observar cómo trabaja el sabio y escuchar durante largas horas el relato de sus enseñanzas y experiencias. Las cuales no se encuentran escritas ni sistematizadas bajo un orden lineal y plano, como ocurre con los libros de la medicina y ciencia occidental. Sus experiencias y conocimientos son contenidos e hilvanados casi artesanalmente, en historias, relatos, aventuras y andanzas recopilados por el maracame a lo largo de su biografía vital. La cual desde luego no comparte por ningún motivo con cualquiera, más que con sus allegados, aprendices y familiares muy cercanos.
En su formación, el maracame debe pasar por una serie de ritos  por demás duros, prolongados y dolorosos de más de cinco años de duración.
Recorriendo lugares sagrados, participando en ceremonias, confesándose y poniéndose a prueba en distintos rituales donde no queda exento el uso del peyote o planta alucinógena y el riesgo de perder la cordura y el alma en el intento.
Cuando su aprendizaje finaliza, al morir su maestro, a menudo el joven maracame hereda el sombrero sagrado de su predecesor, cuyo tamaño y colguijes en los bordes de las alas dependen de los méritos, sabiduría y presunto poder ganado por su anterior portador. Un poder y una sabiduría logrados  tras años de aprendizaje, durísimas pruebas espirituales, morales y físicas.
El neófito podrá reclamar con pleno derecho la posesión del sombrero sagrado de su maestro cuando deje éste mundo.  La casa, las tierras, si el brujo más viejo las tenía, los animales y el resto de las posesiones de su antecesor y guía pasarán a ser de su propiedad ahora, con la finalidad de hacer buen uso de ellas. Continuando la labor espiritual de su maestro.
No es raro enterarse por boca de los propios brujos y sus consultantes, que las chozas y terrenos donde actualmente viven y trabajan, fueron habitadas y pertenecieron a su vez a otros maracames desde hace más de 100 años. Habiendo pertenecido a un linaje de brujos que se pierde en el pasado hasta desaparecer en la memoria de los ancianos curanderos.
Un maracame aprende a soñar. A través de sus sueños viaja remontando tiempos y lugares desconocidos e inaccesibles para los profanos. Por medio de sus sueños ingresa en las mentes y cuerpos de quienes lo necesitan: parientes, amigos, consultantes y vecinos, con la finalidad de ayudarlos en el confuso y angustiante transcurso de sus vidas.
Sumergiéndose en los infiernos de sus subconscientes para rescatar algún alma apresada. Buscando rescatar un espíritu guardián relegado por su portador. Quien se debilitó y enfermó al perder el contacto con la parte sagrada presente en cada ser. Ayudándole a despertar sus propias fuerzas físicas y emocionales para protegerse por sí mismo de las enfermedades y del Mal.
El maracame canta en un lenguaje proscrito, hermético y vedado para la mayoría. El cual sólo pueden entender otros brujos e incluso, sólo le sirve para comunicarse consigo mismo. Resultando inaccesible para los demás, aunque también sean maracames.
El maracame baila y su baile sirve para conciliar las fuerzas del mundo material con las del mundo espiritual. Toca el tambor, canta, entona y se mueve creando una atmósfera esterilizada y libre de maldad. A donde el mal es incapaz de ingresar y tocar a quienes se encuentran bajo los auspicios y protección de sus ritos.
Previo a las ceremonias precedidas por el brujo, los participantes, principalmente los maracames, deberán confesarse. Sacar hasta la última gota de maldad albergada en los corazones, contando los propios pecados frente a los demás miembros de la comunidad, sin ningún temor a ser censurados. Si quedase un solo resquicio de maldad en algún que otro pecado inconfesado, los poderes desencadenados por el maracame podrían matar a quienes están cerca del brujo, o a él mismo.
El rito curativo y espiritual precedido por un maracame, implica una vuelta abrupta, en ocasiones positivamente traumática, hacia los fundamentos emocionales más básicos de los participantes en sus ceremonias. En especial si se le solicitó su intervención para sanar a alguien.
¿Pero cómo puede ser algo positivamente traumático? Bastantes intervenciones espirituales, psicológicas y físicas de la medicina tradicional, conllevan el estigma del dolor y el sufrimiento como requisitos indispensables para lograr la salud y la madurez.
Las anestesias artificiales de la medicina occidental no hacen más que ocultar a la conciencia ilusa un dolor que es necesario vislumbrar de frente y desentrañar a toda costa para sanar y crecer. Mucha de la medicina occidental no cura, sino atonta, embota y aliena, incluso enferma más a la larga. Si se desea mejorar y curarse, es necesario un verdadero esfuerzo. Los mismos brujos dicen a la gente que acude con ellos, que si no están muy convencidos de querer curarse, mejor no vuelvan.
El consultante se verá obligado a mirar hacia su intimidad más recóndita. Debiendo encarar directamente sus malignidades y vilezas mejor disfrazadas bajo la máscara de una santidad y perfección falsas, con la que tantos seres se cubren. Reconciliándose con sus sombras por la fuerza, quebrantándosele sus defensas de golpe. Sin dejar de encontrarse desde luego, acompañado por la solvencia moral y la personalidad inquebrantable del brujo, que en bastantes casos, no es poca. Por algo fue elegido y por algo llegó a convertirse en maracame.
Conforme el sombrero utilizado por el maracame es de mayor tamaño y penden de él más colguijes y diminutos trofeos, se presupone en él un poder espiritual mayor. Sus méritos morales y espirituales mayores. Sus conocimientos de enorme alcance y profundidad.
¿Qué significa el hecho de que un conocimiento logre enorme alcance espiritual? ¿Cuándo una verdad se vuelve verdad espiritual? Son preguntas imposibles de responder en cortos y limitados párrafos, escritos por un ser limitado y penante, al igual que el 99.9% de los mortales.
Pero el maracame irradia de todo su cuerpo fuerza, sabiduría. Inspira respeto cuando se le encuentra de frente. Es un placer tranquilizante mirarlo masticar pepitas en alguna estación de autobuses. Simplemente estar cerca de él, cuando es un buen brujo. Su energía llega a ser sentida como del tamaño de una casa.
Quizá, el maracame ha vivido sus ideales espirituales no sólo a nivel racional, sino que los ha encarnado en su corazón, en sus vísceras. El conocimiento que ha logrado con tanto esfuerzo y sufrimientos ha permeado todas sus células, sus cabellos, su piel, su sexo. Hasta llegar a las uñas de sus pies, sus talones y callos. Ésta corporeidad y naturalidad de sus conocimientos posiblemente sea lo que vuelve más sencillas, pero a la vez poderosas y profundas sus verdades. ¡En cambio, qué pleno de seres memorísticos, recitadores y repetidores de ideas no vividas y nada encarnadas, se encuentra el mundo occidental con sus científicos, profesores, expertos especializados, obispos, papas, popes y predicadores de una racionalidad aprendida mecánicamente, de una ortodoxia ciega y cuadriculada! los mestizos, cristianos y laicos, en su ignorancia y lejanía de la cultura indígena, los encuentran en las calles, plazas y estaciones de autobús de las grandes ciudades, no imaginan lo que esconde el humilde indio, descalzo y mal vestido, bajo su mala traza.
Todo es una apariencia cuya bruma oculta algo más.
Lo imaginan muerto de hambre, limosnero, tramposo, mentiroso, incluso pendenciero.
Más aún, pues el maracame infunde miedo a la primera ojeada. Ha permanecido en ocasiones tanto tiempo en la soledad de su cabaña en la sierra que sobradamente es distinto a la mayoría.
Ignoran que aquella austeridad excesiva fue elegida y preparada por él mismo. Es una broma hacia todo el mundo y hacia Dios. Una tomada de pelo hacia sí mismo.
Que si anda descalzo es porque fue entrenado durante décadas para atravesar el país en sandalias de yute o descalzo. Venciendo montañas, desiertos, cañones y ríos con sus plantas desnudas. Con la finalidad de asistir a sus lugares sagrados y obtener poder espiritual.



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